¿Por qué? Es mi pregunta favorita y es como una maldición. Porque nunca hay una respuesta y generalmente, si la hay, siempre lleva un signo de interrogación al final.
Tu texto me ha hecho refelexionar sobre las cosquillas que provoca el sol, el polen, las flores, la gente que puedes ver a través de la ventana, las ruedas de la bicicleta dando vueltas. Todo y todos dirigiéndose a alguna parte. Es el sol, es la primavera, o el verano. Cuando el verano existe en contraposición a inviernos oscuros y fríos, quedarse un domingo en casa causa grima y te estropea el bienestar que podría haber al abrir la ventana y tirarse al sofá.
¿Por qué no podemos quedarnos quietos? Es como una maldición, un dilema existencial. Esas ganas de comerse al mundo en un lado de la balanza, más una psicológica necesidad de echar raíces. ¿Existe un punto medio? ¿O hay que elegir entre Rilke y Dickinson?